Por: Jerónimo Carrera
Hay hechos históricos tergiversados, que han dado pie a unas interp
retaciones interesadas y se han sostenido a lo largo de los años. Esto precisamente es lo que nos ha ocurrido aquí en nuestro país con unos sucesos relativamente recientes, como son los del derrumbe de aquella dictadura militar-petrolera conocida como del pelele Marcos Pérez Jiménez.
En efecto, para celebrar la caída de esa dictadura, sin duda un acontecimiento de los más memorables para nosotros los venezolanos en todo el siglo XX, desde un comienzo se ha tomado la fecha del 23 de enero de 1958.
Sin embargo, quienes de algún modo estuvimos muy directamente presentes y activos en dichos sucesos, como lo fuimos los militantes del Partido Comunista, sabemos que para esa fecha ya la dictadura estaba más que caída y el cobarde dictador había huido al extranjero, en su avión presidencial conocido como la “vaca sagrada”, justo al inicio de aquel día.
Por lo tanto, y esto es necesario que las nuevas generaciones lo sepan, ¿qué había sucedido? Pues nada menos que toda una gran insurrección popular, una verdadera revolución de masas, tal como muy pocas hemos tenido en Venezuela, y la cual se inició exactamente a las doce del día, como había sido planificada, del 21 de enero.
Puedo testimoniar, por haber sido yo un modesto participante en esa histórica jornada, que ya para la tarde de dicho día la policía de Caracas –pues fue en esta ciudad capital donde todo se decidió- había sido derrotada por las masas y desaparecido del todo.
Una huelga general se extendió por toda la capital y repercutió en otras partes del país, para proseguir el día siguiente, el día 22, todavía con mayor fuerza.
No debería seguir ocultándose el hecho, como se ha venido haciendo hasta ahora, de que en realidad la dictadura perez-jimenista cayó el día 21 cuando quedó sin su aparato de represión, tan temible, y no pudo hacer nada contra aquella huelga generalizada. Tampoco se debería ocultar el papel decisivo de los comunistas en esa insurrección popular.
Bien recuerdo que dos días antes nos habíamos reunido un grupo de camaradas, de diversas células, en el barrio del Cementerio, con un representante del Comité Regional de Caracas, el recordado camarada Alberto Lovera, y él nos dio las instrucciones para irnos a la huelga.
Para lo cual además nos entregó unas pequeñas hojas impresas, que en mi caso llevé a la célula que teníamos en la empresa yanqui General Electric de Venezuela, cuya sede principal estaba en Sabana Grande, y las pegamos en forma clandestina por todas sus
dependencias.
Esto lo hicimos junto con dos magníficos camaradas: María Cristina Ortega, la esposa entonces del camarada Pedro Ortega Díaz, y Nemecio Paiva, uno del trío de hermanos que todos fueron notables comunistas.
En fin, ese inmenso éxito que el Partido Comunista logró con la conducción de la insurrección popular del 21 de enero, y con la cooperación de unos pocos militantes de otros partidos clandestinos, alarmó a sus más que conocidos enemigos.
De inmediato se trasladó a Venezuela lo que se conocía ya como Pacto de Nueva York -firmado allá por Rafael Caldera, Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba- y se le rebautizó como Pacto de Punto Fijo, para aislar al PCV.
El gran error de los comunistas fue dejarnos quitar la bandera triunfante del 21 de Enero, y aceptar la del 23 de Enero, “made in USA”, con la cual poco después subió a la presidencia de la república el pitiyanqui Rómulo Betancourt.
Pero algún día, creo yo, la fecha del 21 de Enero brillará como imborrable.
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